domingo, 7 de febrero de 2016

Vanguardias.

La marea de la modernidad azoto de manera semejante a la filosofía y las artes visuales, pintura y escultura.

La ilusión de alcanzar un saber de igual naturaleza al científico, pese a los tropiezos que en este sentido habían sufrido en el pasado Descartes y Spinoza, nunca había sido abandonada del todo, el fútil esfuerzo por dotar a la filosofía de este tipo de saber, con el avance de la ciencia, trajo como consecuencia su descrédito, ante sus pobres resultados.

Esta ilusión fue perseguida de igual forma, por las vanguardias estéticas de finales del siglo XIX y principios del XX, estas no buscaban un saber, pero si el modo de reflejar con fidelidad la modernidad caracterizada  por la máquina y la velocidad. 

El espíritu que animó tanto a la filosofía, la pintura y la escultura en esos días, fue el mismo, revitalizar un tiempo que se experimentaba en decadencia.

En palabras del colectivo austriaco Sezeccion, la tarea del arte a partir de entonces se resumiría en la siguiente declaración “Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit”, (A cada época su arte, al arte su libertad), de ahí que en un tiempo marcado por los avances técnicos y científicos, si la pintura y la escultura querían igualar sus éxitos, tendrían que igualar también el  ritmo de sus logros.

Expoliadas por la necesidad, de expresar de manera superior a lo acontecido anteriormente, las vanguardias estéticas iniciaron una carrera al abismo.

Si se trataba de reflejar el espíritu de los tiempos, y si ese tiempo se caracterizaba por la velocidad, el movimiento y la máquina, pese a los esfuerzos en este sentido  de tendencias pictóricas como los futuristas de Marinetti,, era imposible que llegaran a rivalizar en fidelidad, con la cámara fotográfica y el cine.

Constreñidas la pintura y la escultura a representar la realidad confinadas a los mismos primitivos rudimentos desde los tiempos del antiguo Egipto, la obsolescencia  tecnológica, marco el derrotero que habrían de seguir, por ello, reivindicaron para si, el dominio del color y las formas, cada vez más expresivas de las emociones, pero al precio de alejarse cada vez más de lo que veía el ojo humano.

Esto dio pie, a que el gusto por la pintura, fuera confinado en un grupo cada vez más selecto de expertos que podían entender el lenguaje abstracto del arte, lo que dio pábulo a la caída del mercado del arte con la llegada de la economía de masas, que dependía de un número cada vez mayor de consumidores, y no ya, del patronazgo de un reducido número de personas.

El desplazamiento del lenguaje del arte, no fue ostensible incluso con la ruptura de la tradición académica de Delacroix, después de todo, los motivos en la pintura, siguieron siendo los mismos, es decir el mundo exterior, así como por esos años en la filosofía de Marx, Schopenhauer y Nietzsche,  tenían algo que decir.

La verdadera ruptura de la filosofía y la pintura, se produjo a comienzos del Siglo XX, por una parte la filosofía de Wittgenstein, reducía los problemas de la filosofía a los del mero lenguaje, Heidegger a su vez, instituirá el gusto por un lenguaje para arcanos.

Las vanguardias estéticas se volvieron reflexivas, su mirada cambio de dirección, volviéndose a su vida interior, tratando de comunicar emociones, como fue el caso del expresionismo alemán.

No obstante, en el ansía desbocada de superar el pasado inmediato, las vanguardias fueron reduciendo cada vez más su expresión a la forma puramente significativa, volviéndose cada vez menos comunicativas.

Si de lo que se trataba era de expresar el espíritu de los tiempos, ahora se iban a necesitar subtítulos, tal es el caso de las obras de Mondrian y Kandinski.

La resaca conservadora a todo este espíritu revolucionario vanguardista, llegó en la década de los 60s y 70s, en filosofía con las corrientes postmodernistas y estructuralistas y  en el arte, con el arte pop, una de las tantas tendencias deudoras de aquella vorágine vanguardista, estas expresiones, ya no trataron de revolucionar nada, sino de acomodarse a las circunstancias de su tiempo.

Andy Warhol por ejemplo, se percató de que en una economía de masas, ya no había cabida por el artista en el sentido tradicional, a menos que quisiera vivir como pordiosero, de lo que se trataba ahora era de ganar dinero.

Así, la pintura y la filosofía se sumergieron en un marasmo del que hoy en día no ha sido del todo posible escapar.

Sotelo27@me.com





















domingo, 10 de enero de 2016

Lo Bonito no es Arte

Podemos valorar una obra de arte a partir de dos criterios, la técnica y la Idea.

No obstante, existen artistas que hicieron de la técnica, manifestación sensible de una idea, y no sólo gala de virtuosismo, por ejemplo, Johannes Vermeer, pero sobre todo, las vanguardias estéticas del siglo XIX y XX, en particular, el futurismo de Marinetti y su obsesión por el movimiento.

Dentro de los dos criterios anteriores debemos considerar, para el caso de la técnica, proporción, composición, combinación de colores, luces y sombras, materiales, criterio con el cual podemos volver a subdividir una obra en acuarela, fresco, óleo etc., así como re-juego de las formas, lo que constituyen las cualidades objetivas de una obra (perdón por lo arbitrariamente conciso, pero lo que me interesa destacar está en otra parte).

Las cualidades subjetivas de una obra de arte, podemos considerar lo constituyen la manifestación sensible de su Idea según Hegel, aquí es donde se complica el tema, si observamos la evolución de la Idea detrás de las obras maestras, durante bastante tiempo dominó el concepto de belleza, como criterio para definir que era arte de lo que no lo era.

Para finales del siglo XIX, con la llegada de las vanguardias estéticas, habidas de nuevas concepciones, se desplazó el concepto de belleza, como criterio de demarcación, esto como consecuencia de la necesidad de romper con el pasado, del que el criterio de belleza, se consideraba su mascarón de proa.

Para las vanguardias, la belleza era un criterio excluyente. La discriminación, antes una facultad positiva (que significaba "juicio refinado, elevadas expectativas, exigencia"), se volvió negativa y significó "prejuicio, intolerancia, ceguera ante las virtudes de lo que no era idéntico a sí mismo" Susan Sontag dixit.

De esta forma, adquirió carta de legitimidad el concepto de “interesante”, en sustitución al  de “belleza”, para distinguir a una obra de arte.

¿Qué es interesante? En principio todo lo nunca visto, desde un hombre defecar (en 2014, en la explanada contigua al Centro Pompidou de París, se exhibía un retrete dentro de cuatro paredes de cristal, en el que cualquiera podía acudir al llamado de la naturaleza, ante la mirada atónita o ¿no?,  de los  transeúntes), hasta las muy sofisticadas obras del expresionismo alemán agrupadas en los colectivos Die Brücke (El Puente) y Der Blaue Ritter ( El Jinete Azul).

El inconveniente que acarreó la incorporación del concepto de “Interesante” para demarcar las obras de arte, fue que condujo rápidamente a su comercialización y consumo, a la creación de un mercado de arte, en donde el carácter de auténticas obra maestras quedaba en entredicho.

La originalidad de las obras pasaba a segundo término, lo que acarreaba la paradoja, de que si lo interesante había sido lo nunca visto, ahora, como había presagiado Walter Benjamín en “La obra de arte en la era de su reproducción mecánica”, las tendríamos que ver en todas partes.

De la introducción de las  distorsiones del mercado en el mundo del arte, no fueron ajenos los creadores, tal vez en su descargo podemos decir, que lo hicieron por la mejor de las razones, buscaban socializar el arte, facilitando que las grandes masas tuvieran acceso a él, lo que provocó que de interesante, el arte pasara a aburrido en cuanto  se masificaba, abriendo una brecha entre arte popular y arte elevado, que quizá, nunca se había ido.

Olvidaban creadores y marchantes, que el arte actualmente, se caracteriza por ser un bien posicional, mediante el cual las élites (con mucho esnobismo a veces), buscan abrevar distinción y marcar distancias, en ausencia de un pasado aristocrático al cual apelar para sentirse orgulloso, Pierre Bourdieu en El Sentido Social del Gusto.  

Ya no se busca en el arte el placer de su contemplación, sino sólo la ornamentación, se ha dejado de buscar que el arte sea sublime o interesante y en su lugar se pide que sea bonito a consecuencia del fagocitar del mercado, de donde la creación a derivado todo con la comercialización y poco o nada con la inspiración.

Sotelo27@me.com


































domingo, 3 de enero de 2016

El Amor es un Pájaro Rebelde.

A instancias de varios amigos, accedí a escribir sobre el amor, tenía pensado hacerlo sobre la cuádruple raíz del principio de razón suficiente de Schopenhauer, tema que en todo caso, resulta más sencillo que sobre el amor y en especial en las mujeres.

En realidad creo que mis amigos, más que auspiciar mi novel  aspiración de escritor, en el fondo buscan dejar que corra con el riesgo de tratar con un tema tan complejo, que sea yo quien se atreva a exponer lo que pienso y más que nada, siento al respecto.

Por lo tanto, de antemano me declaro culpable de toda clase de errores y prejuicios que pueda tener el presente texto, ya que solo es una opinión personal, sin pretensiones de validez universal. Después de todo, la dificultad de hablar sobre el amor, es que nada, ni nadie nos enseña o prepara para esto.

Confieso que más que para equivocarme, mayor valor necesite para atreverme a proponer la publicación de un artículo sobre un tema como el de hoy, ya que pongo a la sección cultural de este medio, en el penoso umbral de una revista del corazón, como las que abarrotan los stands que existen a los costados de las filas para pagar de todos los  supermercados.

La dificultad al tratar del amor, radica en evitar la trivial tentación de dictar un listado de lugares comunes, sobre cómo actuar y que esperar, intento que por lo demás, cuando llega el momento, resulta obsoleto.

Pues bien, el amor, es como meterse en una tina de agua helada, se hace a tientas, poniendo a prueba nuestra capacidad de resistencia, aplicando el método de prueba y error que nunca garantiza el éxito.

En eso radica la excitación, temor y alegría del amor, está plagado de sorpresas, es como entrar en un cuarto oscuro, por más planes que se hagan, nunca se sabe lo que se va a encontrar dentro, sin embargo, hay que afrontar el peligro y correr el riesgo.

Ante el amor, la única actitud posible es decirse: “este soy yo y debería ser suficiente, sino lo es, no puedo hacer nada, no puedo salir de mi o dilatarme, en el intento de ser más, para agradar, porque si me salgo, dejo de ser yo y en nada me beneficia tal inflación”.

Ante el amor no correspondido, el único camino es el olvido, no obstante esto, elegimos sufrir,  como último gesto  de seducción, esperando de esta forma ser recompensados, lo cual no es cierto.

El amor es esencialmente capricho, no justicia, ni mérito, en todo caso oportunidad, y como en su reparto no hay equidad, es más bien injusto. 

El amor no obedece las leyes de la causa y el efecto, por eso nadie se enamora porque le manden flores, porque el amor, no es un hacer,  sino un sucede, es sin razón, sin causa y sin necesidad, es absolutamente gratuito, sino sucedió, simplemente no pasó.

En el amor, uno no pueda hacer más bien nada, lo cual es toda una ventaja, no tenemos que decidir de entre un sin fin de opciones, sino somos correspondidos, no queda más que sacudirse el polvo, seguir adelante, eso sí, siendo dignos en el sufrimiento.

Crecemos y vivimos intentando controlarlo todo, nos aterroriza la vulnerabilidad en la que nos coloca la idea de que para que nos correspondan sentimentalmente, nada podemos hacer realmente.

Arrinconamos con halagos y regalos a las mujeres, creyendo así podemos hacer brotar algún sentimiento, pero si esto tuviera algún efecto y la mujer cediere, sería cálculo y no amor lo que se obtuviere.

Nadie capto mejor la esencia inasible del amor que George Bizet, en la aria "L'amour est un oiseau rebelle", (El Amor es un pájaro rebelde), perteneciente a la ópera Carmen.

El amor es un pájaro rebelde
que nadie puede domesticar,
y no vale de nada que uno lo llame
si él prefiere rehusarse.
De nada sirven amenazas ni plegarias.
Este habla bien, el otro es callado;
y yo prefiero al otro.
No dijo nada, pero me gusta.
El amor es un niño gitano,
que jamás conoció la ley.
Si tú no me amas, yo te amo;
y si te amo, ¡cuídate de mí!
El pájaro que creías domesticado
bate las alas y remonta vuelo...

Por eso amigos, pónganse cómodos, y dejen de preocuparse, porque  al final, las únicas que deciden son las mujeres, eso sí,  solo hay que decir ¡presente¡


             sotelo27@me.com