domingo, 8 de noviembre de 2015

La Amabilidad.

Es posible encontrar dentro de las reflexiones de un filósofo pesimista como Schopenhauer, algunas a las que se les conceda un tono diferenciado al acostumbrado, por ejemplo, cuando se ocupa de los animales hacia los cuales tenía en gran aprecio y a ciertas reglas del trato entre los humanos, cuando ya no hay más remedio, a propósito de esto último escribiría: 

"La amabilidad es como una almohadilla, que aunque no tenga nada por dentro, por lo menos amortigua los embates de la vida".

Podremos no estar de acuerdo con Schopenhauer sobre la verdad de la cuádruple raíz del principio de razón suficiente que sustenta su filosofía, pero la verdad de que la amabilidad amortigua los golpes de la vida resulta tan clara y cierta, que pocos se atreverán a negarla.

En mi opinión, Schopenhauer, bajo la influencia de Kant, identifica la amabilidad con la experiencia estética, la cual se caracteriza por ser una finalidad sin fin, lo que provoca un sentimiento de agrado desinteresado.

Al igual que con la contemplación de la belleza, la estructura de las emociones implicadas en la experiencia de la amabilidad es de tal naturaleza, que se es amable, porque ella misma es causa y motivo de la satisfacción que provoca.

En un sentido más amplio y haciendo excepción de los psicópatas, es innegable que no podemos sustraernos de las reacciones que provocan nuestras acciones en nuestros semejantes.

Al respecto, recientes investigaciones científicas corroboran esta afirmación cuando señalan, que existen las llamadas neuronas espejo, que se localizan en la zona parietal inferior de nuestro cerebro, que se activan cuando una persona desarrolla la misma actividad que está observando ejecutar por otro individuo.

No obstante, la falta de reflexión, producto de una vida sumergida en una constante sucesión de eventos, no permite meditar en el significado de lo que hacemos, ni dotar de un sentido de continuidad a nuestras acciones, burlando de esta manera, la evolución de los procesos biológicos que posibilitan la empatía social, con la consecuencia de haber hecho de este mundo, un infierno alimentado con nuestra agresividad.

Nos encontramos en una encrucijada como sociedad, es difícil convencer a alguien de ser amable, cuando se encuentra asediado de problemas sociales y personales, cuando menos el estado de ánimo, no se está muchas veces para eso.

Pero  existe una ventaja, adicionalmente a sus cualidades esenciales, la amabilidad tiene también la de ser un hábito, que si es cultivado, operará automáticamente, podemos empezar con esto, la amabilidad como tal, no requiere más señas de autenticidad, por tanto podemos de cimentar algunas reglas de urbanidad.

Con la amabilidad aplica la ecuación ganar-ganar, porque no sólo nos permite sentirnos mejor, sino que además, creamos una dinámica social más sana, lo que nos ayudará a procesar y sino cuando menos a sobrellevar cualquier dificultad; no solemos imaginar nunca lo que un gesto amable puede originar, al igual que lo que un gesto agresivo puede desencadenar en la vida de demás.

Entiendo que pueda existir quien crea, que lo que le pase a otros no es su problema, por lo cual se sienta libre de actuar como sea o que la amabilidad es debilidad o cursilería, como en todo, siempre hay un margen de error residual, e incluso es mejor que así sea, porque nos permite por oposición ajustar nuestra actuación.

Después de todo, el mayor argumento sobre la pertinencia de ello, es la situación actual, que lejos está de poder considerarse como tersa, naciendo de aquí la necesidad por hacer de las relaciones algo más cordial.

La amabilidad en tiempos de escasez nos aprovisiona, de confianza en uno mismo y en el mundo entero, porque cada gesto positivo nos recuerda, que no todo está perdido y que siguen existiendo motivos para seguir luchando y estar vivos.

sotelo27@me.com